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Expresión profética que alude a la dignidad de enviado o de hijo del Dios altísimo y que se aplicó a Jesús. En la Biblia se asocia esta expresión al Profeta Isaías, que lo usa con abundancia. En la Escritura se aplica al Pueblo de Israel, en cuanto elegido por Dios (Is. 41.8; 42.19; 44.1-2; 45.4; 48.20; Jer. 30. 10)) como a determinados personajes como Moisés (Ex. 14.31), Abraham (Salm. 105.6), David (Is.35.37) entre otros.
Todos ellos son figuras del verdadero "Siervo de Yaweh, que es por excelencia Jesús, Hijo de Dios. La interpretación mesiánica de la expresión aparece en algunos pasajes del Nuevo Testamento: Mt. 12.18; Hech. 3.13 y 3.26-30. Se ha de entender no como que Jesús en cuanto Verbo es inferior al Padre, por ser su siervo, sino que en cuanto hombre es criatura unida hipostáticamente a la divinidad y por lo tanto divinizada de forma misteriosa y maravillosa.
En esa calidad de Siervo de Yaweh es como se le contempla a este Siervo salvador en el misterio de la Redención. "No he venido a hacer mi voluntad sino la del que me ha enviado" (Jn. 5.30). O también como escribe la Carta a los Hebreos: "Está escrito en el libro: Heme aquí que vengo para hacer, oh Dios, tu voluntad." (Hebr. 10.9
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